sábado, 18 de diciembre de 2010

Así de chiquito (Beso).

(Reescritura)
I
Habíamos al fin quedado los tres rodeados por una oscuridad infinita. Nos habían arrojado a una misión de la que no recordábamos nada. No había respuestas para tantos por qué, para qué, desde, cuando, hasta cuanto, hasta tanto. Se nos había escapado de las manos. Se sentía el vacío. No comprendo ahora, en este preciso momento, el sentido de esta espera que parecíamos habernos impuesto.
Quienes habían planificado el viaje, los que estaban afuera, en algún lugar del universo del que perdimos su cartografía, no previeron que resultaría necesario contar con herramientas adecuadas para compatibilizar las coordenadas de nuestra presencia con los latidos que hasta hace unos momentos nos parecieron desgarradores, demoledores, dejándonos en el océano de incertidumbre que nos rodeaba.
Apenas habíamos podido contrarrestar los efectos del tifón que sucedió a cada embate explosivo y estridente, con el que en momentos interminables se abatieron sobre la seguridad de nuestras convicciones, las que como rocas se iban desgranando, desarticulando. Nuestras más íntimas posesiones.
Los desechos de esas convicciones nos permitían ahora apenas mostrarnos y justificar nuestra presencia. Intuyo que por eso ocultábamos el deterioro que desmaterializante que sufríamos. Habíamos sido muchos más quienes integramos la misión, pero quedamos visibles apenas nosotros tres. Pero ahora mismo se iban desdibujando nuestros contornos.
Un tiempo atrás que no puedo precisar, pero con la sensación ocre de haber transcurrido eones, nos habían reducido y encapsulado primorosamente en un adminículo así de chiquito, arrojándonos en el interior de un cuerpo cuyos límites trascendieron la dimensión de lo posible.
En una relación inversamente proporcional a la reducción física, nos convencimos que nuestra conciencia había traspasado distintas barreras, hasta alcanzar una lógica de transparencia, que exacerbaba nuestra materialidad y nos seducía con la posibilidad de la locura.
De pronto me sorprende recordar como en un eco un ferviente debate, casi discusión antológica y agresiva respecto de si reducir la materia implicaba también reducir la consciencia de sí, la propia sensación de mismidad, traspasando el mar de vida de la contradicción existencial de la muerte y la transformación icnográfica, profundizando la supina ignorancia.
Mansamente, me pierdo y entrego al remolino, remolino que arrasa afuera con pesado aliento en burbuja obscura. Pequeñez. Me siento pequeño. Extrañeza de sentidos. El corazón, instancia inteligente, haciéndose enemigo de la sabiduría ubicada alguna vez en el cerebro. Siento que se escapan lágrimas que rebotan en zócalos de tiempo sin llanto. ¿Llorar con los ojos abiertos?
II
De pronto me detengo a observar a Número Veinte. Número Veinte.
Una situación confusa y misteriosa nos llevó a decidir el criterio de que nuestros nombres eran la expresión de números. Por una arbitrariedad que ahora nos es ajena, pero a la que estúpidamente nos sometimos. Ella quedó enmudecida y rigidizada después de la última embestida del latido que nos sacudió fuertemente y se hizo rugido.  Ya habíamos comenzado el proceso de desvanecimiento y transparencia corporal.
El ir y venir en el mar de fluido enrarecido, nos había llevado a chocar con estrechas paredes de un largo, gris y sinuoso túnel. ¡Al menos avanzábamos!, pero no nos permitimos siquiera compartir esa convicción, aun cuando era bueno registrar la percepción de que progresábamos.
Últimamente la comunicación convencional se había ido diluyendo entre nosotros.
Número Ochenta y Tres. Él si pudo recuperar la iniciativa, como era lógico: al fin y al cabo él era el jefe de la misión. No porque hubiere calificado para ello, sino porque en mayoría, preferimos depositar en él la responsabilidad de la conducción de lo que quedó del grupo.
En el momento que expresó violentamente su ira, reveló que poseía un temperamento autoritario y hasta destructivo, si solo se lo proponía. Golpeó salvajemente en aquel momento el instrumental de navegación hasta casi romperlo, mientras reclamaba contra quienes nos enviaron a esta circunstancia, y no prever la necesidad de compatibilizar y armonizar las instancias del universo que se manipulaban y lo riesgoso para nuestra existencia.
Recordaba que también habíamos participado del diseño de la misión. El reclamo de Número Ochenta y Tres era ridículo. Pero permanecimos quietos. No daban ganas ni de contradecirlo. A partir de ese momento sacó de sí fuerza suficiente como para mover el vehículo y con ello a nosotros mismos. Como si su ira se transformara en la energía amarilla necesaria para la traslación.  
Como lamiendo curativamente mis propias heridas, me recluí en el pensamiento de cuando concebí lo fantástico. La vez que lo hice por primera vez me resultó una instancia liberadora de vida, de trascendencia. Era encontrarme frente a un camino a andar. Uno distinto, realizador de anhelos, dejando atrás vivencias tristes, agobiantes, de esas que ahogan y solo te aproximan a un alivio con el bostezo, liberando el pecho a través de la garganta. Como un río que refresca y alivia la cabeza de esa presión que te acongoja.

No me creían cuando decía que se podía hacer. Podíamos reducirnos hasta más allá de lo concebible, traspasarlo y vivir la aventura. El entusiasmo que contagia y la ligereza con la que se juzgan los riesgos de toda aventura, dejó de lado la verdadera dimensión del evento, vital para la continuidad de lo humano, el cual como vivimos en carne propia, nos llevaría a quedar atrapados y con el riesgo de quedar aniquilados. La misión fue una escusa, el desafío a la soberbia con la que desdeñamos la consideración de la certeza del retorno.  

Sabíamos que podríamos iniciar el camino y que no había garantías para el retorno. Nunca se había hecho, más allá de las especulaciones teóricas. Lo claro es que no se sabía cómo volver. En el proceso nos aferramos a la primera parte de la fórmula de la vivencia de la certidumbre, de esa cuestión de que lo previsible da seguridad, cuando en realidad te hace adicto al consumo de momentos seguros, en el preciso límite que te pone ante el pantano, sin que te des cuenta. Y te decidís a dar el paso hacia delante.

Y quedamos arrojados a la aventura, con la posibilidad de afirmar el ser siendo. Nos entregamos a sentir por última vez,  sin darnos cuenta, de los límites humanos de nuestro contorno corporal que íbamos perdiendo. La cuestión fue una dadivosa melancolía que nos fue poseyendo, dejando de lado la tarea de acunar pensamientos.
Afirmo: es así como comenzamos el camino que nos llevó a la encrucijada y nos metió de lleno en el corazón que atravesamos. Un formidable músculo de fuerza prepotente de latidos de vida, seduciendo y masacrando una eternidad que concluyó siendo engañosa.
Pero me doy cuenta ahora que me aferré a ella, a Número Veinte. Por eso de no acordarme que podía recordar, pues los recuerdos trataban desesperadamente de transformarse en evidencia certera, ante la incertidumbre. Aparecían pantallazos de formas que se desvanecían lentamente, mientras contemplaba mi mano transparentándose. Y la veía a ella. Podía así concatenar el recuerdo de algunos acontecimientos. De algunas palabras que jugaban con otras fuera de mí, pero se nos va olvidando del sentido, la capacidad de compartir el sentido.
III
Habíamos tratado de encaminar la voluntad comunal, como último recurso. De apuntar la misión a buen camino, pero se nos escapó. Nos estábamos debilitando como grupo, aunque no individualmente. Dentro mío sentía una llama pequeña que podía llegar a trasnformarse en chispa y encender que se yo qué cosa.
El gran túnel por el que nos desplazamos tiempo atrás tan apretadamente, de pronto se transformó en ese gran espacio negro, oscuro, donde bollábamos sin sentido ni rumbo.
Podíamos escuchar una banda de jazz que seguía tocando, repicando en nuestras cabezas. Los de afuera intentaron con ello guiarnos, contactarnos. Eso quería creer yo, ya que atravesaba el cuerpo que nos contenía y había servido, al menos a mí, de guía. Afuera solo podían hacer eso, por no tener capacidad ya para detectarnos.
Descubrí en esa conversación conmigo mismo, que la llama apenas tenía el sentido por sí misma, que tenía que encontrar la forma de hacerla chispazo y poder así encontrar una salida.
Hice un último esfuerzo de comunicación mientras me consumía. Y discutimos al fin los tres, por última vez. Expusimos nuestros puntos, pero fue más importante lo que no se dijo que lo que se dijo. De alguna manera nos relajó tanta desazón. Llegamos al acuerdo de intentar algo cada uno, para mostrar a los demás lo mejor que podía dar, por más pequeño que fuere el evento, desde la pequeñez a la que había sido reducida nuestra existencia que se desvanecía.
Comencé yo, Número Cuarenta y Seis. Dos veces: empujé y empujé extendiendo mi posible, mientras con sorpresa surgían de mi rayos de luz azulada-platinada, logrando reconocer entre las penumbras exteriores del vacío que nos rodeaba, filamentos que terminaban en enjambres, en nudos. La luminosidad que expandía mi voluntad develaba al fin una trama neuronal, casi cósmica.
Sacudí a la Número Veinte y a Número Ochenta y tres para que compartieran mi visión. Sugerí unirnos en una intensión consensuada. Pero no me respondían. Tome la idea y se hizo chispa que encendió lo posible, atravesando ya mi trascendente carne, encendiendo el entramado neuronal para hacerlo visible y fulgente, entregando así la evidencia del deseo. 
Pudimos al fin desear.
Los tres quedamos extrañados, pero luego embelesados ante el espectáculo que se comenzaba a develarse. Las paredes del aparato que nos contenía habían cedido. Todos podíamos ver y reconocer que se iba mostrando y cumpliendo la misión: Número Veinte comenzó a radiar rayos verde-cristalizado el tiempo necesario hasta reducir lo posible a una mera molécula, que poco a poco se desprendía en átomos danzantes.
Pudimos al fin acariciar.
Número Ochenta y Tres vibró. Como nunca lo había hecho, pero no con ira. Parecía haberla superado. Dejó surgir un sonido, un canto estelar que se confundió y fundió en el espacio, transmitiéndonos su capacidad de percibir: el entramado refulgió al fin en todo su esplendor, haciéndose pasión compartida.
Pudimos al fin apasionar.
Un poeta simplemente diría que alguien nació al amor.  No importa quien, era la esperanza de la humanidad, aún cuando implicara nuestra transformación.
Lo último que compartimos fue la evidencia de que un beso, nos devolvió el final de nuestra aventura.

domingo, 14 de noviembre de 2010

Lides en espejo.

(Relato  que hice en el taller literario de Adrián, 
sobre la base de un cuento de Silvina Ocampo "Mi amada")

A mamá le agradaba cepillarme el cabello. Sobre todo a la noche, sin importar si iba a dormir o no. También podía hacerlo en cualquier momento del día, en especial cuando se concentraba mucho y no quería hablar con nadie. Entrecerraba los ojos y su rostro se ponía serio. A veces había alguna lágrima. Tomaba mis cabellos con sus manos, separaba mechones amorosamente y comenzaba a pasar el cepillo, sistemáticamente, más de cien veces. A veces, dolorosamente.
Todos insisten en llamarme Verónica. No es que se pongan de acuerdo para hacerlo juntos, todos a la vez. Lo hacen por separado cuando dicen que me ven o me encuentran. Pero yo los junto cuando tengo ganas y armo el coro. Me agrada. A estos los pongo aquí.
Pero a los otros, los que no dicen mi nombre, los pongo por allá. Son los condescendientes, los adulones hasta el hartazgo que quieren congraciarse conmigo (vaya una a saber por qué). No me nombran. Estos son los más peligrosos. Son los que me pueden llegan a hacer alterar. ¡Que guarden la distancia! Mientras no me saquen el peine que me dejó Fermín, todo bien.
Cien veces más. Paso el cepillo cien veces más, sobre cada una de la mechas de mi cabello. Como hacía mi mamá, para calmarse. Hoy me calma a mí.
Suavidad. Suave. Una mano sirve para armar un mechón de pelo y con la otra, para pasar el peine, para por las dudas desenredar los nudos y luego el cepillo, para alisar y masajearlo. Cuando dejo la cabeza quieta y me miro fijo al espejo del tocador, los cabellos no se notan de tan finitos. No se hacen mechones. Como si tuviera una tela en la cabeza, de tan lisito y finito.
Me gustaba cuando Fermín me tocaba allí. Yo no se lo decía. Me gustaba tenerlo cortito. Nunca hay que decirlo todo. Pero de repente todo se desdibuja y no me acuerdo. Se me aparece nomás, girando las manos, dando vueltas…
Acerco mi cara al espejo, como si fuera a besar una boca. Miro, me veo. Abro la boca y hago al fin lo que por lo general no me atrevo: saco la lengua estúpidamente. Después me animo y la saco desafiante. La dejo descaradamente quieta, con la boca bien abierta. Entorno mis ojos, esos ojos verdes que Fermín sabe dibujar. Está obsesionado este chico… a veces me perturba.
Me dice “son lindos tus ojos, tu cuerpo, pero más tu cabello. Me gusta tu cabello, me gusta enredarme…” me dice. Y me quiere tocar también, moviendo sus manos girando hacia mí. Yo comienzo a cepillarme y el comienza a girar y a dar vueltas. Me regaló el peine para desenredar mi cabello de nudos. El peine perfumado, para que lo pudiera encontrar aun en la penumbra  y hasta en la oscuridad y terminar para él.
¿Ya lo dije?, me gusta estar en mi tocador, frente al espejo. Me enredo yo también en mi pelo y a veces me pierdo. Tengo que volver a empezar: uno, dos, tres,  y sigo hasta más de cien.
Vuelvo a sacar la lengua. La miro. ¡Imagen de estúpida! Entonces, la empiezo a mover. Lamiendo, chupando. Buscando su piel, su mejilla. Chuparle la nariz… -¡pero eso no se hace picarona! ¡Sos una cerda! ¡Una cerda asquerosa de mierda!... - Duele, cariño. Duele. - Ser querida duele. - Dale putita, seguí que a papá le gusta…
Uno, dos, tres, cuatro… Comienzo a calmarme y seco la lágrima que ya salió. Se desdibuja. Cepillar y peinar mi cabello me calma. ¿Lo dije ya? Me calma. Antes me calmaba cuando hacíamos juegos en la arena-cama con Fermín. Crueles juegos, decía... ¿Quién decía? No me acuerdo.
- Siempre me lastimás… - decía. También decía que me amaba. -Sos mi amada… - decía. Pero no con palabras. Yo lo interpretaba a través de esa estúpida mirada que tenía cuando no anhelaba acariciarme y yo sacaba mi lengua.
Dejaba que hiciera, pero solo en las marcas que le dejaba como miguitas de pan a seguir. En la sombra contra las paredes, o en el hueco en la arena de la playa, o en la arruga que quedaba en la toalla sobre la que había tomado sol.
Miraba de reojo a veces en el espejo y me deleitaba, me producía placer verlo penetrar mi sombra, mi hueco, mi arruga con los pies y cuando se desesperaba, con una seguidilla de suspiros en jadeo.
¡Qué regocijo verme en la playa rodeada de gente y hacer un amante! Que él pensara-sintiera que tenía un amante a quien le contestaba amorosamente. Así podía lograr alcanzarlo en la entrega total, desesperada.
Era mío. Fermín era mío, dando vueltas y más vueltas y sus manos, girando también, buscando aferrarse a mis caderas. Yo retorciéndome dentro de un huevo que no quería romper para salir.
¡Arrebato de furia y jirones de mi orgullo! Secar y mojar, mojar y secar mi pelo en rutina en el mar. Ya no. Ya no más. Solo el ensueño frente al tocador. El espejo, esa ventana por la que veo.
Por momentos, cada tanto, hago que vuelvo a la rutina de ordenar y escribir palabras en sentidos que, como pájaros vuelan y abandonan la certidumbre. Pero a veces me da vergüenza la simulación.
Me veo en el espejo nuevamente. Se que me estoy viendo en el espejo, que no me gustan las fiestas, que las manos de Fermín giran y da más vueltas. Que quiso aferrarse a la vida a través de mí. Que no soy moderna. Que me gusta estar así, desnuda. Mojada. Chorreando. Limpia, siempre limpia. Limpia para Fermín, para que me arrastre en su inmundicia.
Amorosamente me dijo que me iba a tomar, que me iba a tomar de los pelos un día. Para no caerse de tanto girar. Por primera vez me habló ante el espejo y me reclamó y se desdibujo su mano y ya no dio más vueltas.
Mi cabello se cerró en mi garganta. En el arrebato de mi furia lo arranqué hasta el cuero. Que no sepa más de mí.
Solo lo llamo cada tanto para saber si sigue girando en el espejo, si sus manos… 

miércoles, 27 de octubre de 2010

Se fue Néstor para quedarse.

Estoy muy  dolido por el fallecimiento de Néstor Kirchner. Considero necesario que apoyemos muy fuerte y comprometidamente el actual modelo nacional y a la Presidenta Cristina Fernández, más allá de las diferencias que se puedan tener, que entiendo hay que explicitar con criterio no golpista y proponer alternativas superadoras. Pero la derecha macrista, carriotista, cobista, etc.etc.etc. no debe avanzar.


Considero que esa derecha es la que se regodea y regodeará con esta situación y celebrarán nuevamente la muerte, como aquellos que ponderaron el cáncer que se llevó a Evita. 

Son traidores y delincuentes, de los cuales nos tenemos que cuidar y contra quienes hay que luchar explicita y efectivamente día a día, defendiendo lo logrado y yendo por más.

En estos momentos estoy muy mal, con preocupación por el futuro. ¡Qué no se nos escape de las manos nuevamente! 

No nos olvidemos que nuestra sociedad no le perdona a Cristina que sea mujer y detente poder. Y ella lo detenta por mandato constitucional. Van a comenzar a minarlo y debilitarla, como vienen intentándolo.

Hay muchas cosas por realizar y corregir. Pero hay que hacerlo. No tenemos que ser prescindentes, indiferentes, derrotístas ni misóginos/as. Por esa actitud desaparecieron personas.

Quería compartir mi sentir, mi decir.

domingo, 3 de octubre de 2010

Movimientos.

Romper la coraza que oprime y da sustento,
a espinas en erizo. Buscar aliento.

Penetrar tristezas. Viejas, olvidadas, ajenizadas
que devienen ojos agobiados todos los días.
Ojos-cuna. Origen, hallándote en los míos.

Saberte-libre-de, al menos del decidir sensato.
Una verdad, simplemente la tuya,
La de pertenencia, la que no te pueden arrebatar.

Hacer arrojo de apropiación. Hacer-la-tuya;
al fin, libertad que no moleste. No esclavo de
silencios gritados en desiertos sin límite.

Poder alzar tu mirada sin dormir, buscando refugio en mi mirada
para poder dormir. Tranquilo, manso. Dichoso.

Me ofrezco a cuidar tu sueño de fantasmas.



domingo, 12 de septiembre de 2010

Luna.

Pasé y escupí un sentido arrebatadamente, con la intención de acariciar la luna en una contradicción. Tan cretina ella y tan capaz de suspirar, que trajo alivio a mi pecho tan agobiado él, sin habérmelo propuesto.

Reconozco que lo necesitaba; hasta la flor vertía colores y aromas que recogí mojándome los dedos.

Sugerí un nombre al oído, pero no quiso ser poseído ni llamado. Quería ser libre de mí. Sugirió a mi oído un halo de pertenencia confusa.

No me pertenecía, ni yo era suyo, al fin. Terminar. Impropia pretensión de reclamar un empezar, apenas con la blandura de un beso.

Suenan en este instante rocas que se frotan amorosamente, haciendo piel de la indiferencia. Planicie. Amanecer sintiendo que se ha quitado el cerrojo, la cerrazón de la razón. Mi corazón que se derrama en latidos, buscando la definición de un latido. Uno solo, partido por el golpe dormido del estío.

Blanco. Calor.

Braza. Abrazo.

Color. Cobijo.

Regocijo. Pienso en ti.


Sin dar un paso al costado, sigo avanzando la pena sin resignar el abrigo de una recova, anhelo encuentro. 


Al fin, frente a ti. Hacerte de luz que te guíe, aún en mi no saber.

Abro puertas atravesando la rígida inquietud que me confronta. Decirte la certeza de que la búsqueda de la perfección solo te daña. Dejar los estragos del miedo. Respirar.

Allí está la luna para que la veamos y nos encontremos en ese mirar. ¡Y me diste un beso!

martes, 24 de agosto de 2010

Lirio.

Lirio blanco, tu calma.      
Mi pena
aguarda,
agazapada,
para sorprenderme
cuando sonría.
Por hoy, 
lirio blanco,
entrego amarillo
mi alma.


martes, 6 de julio de 2010

Silueta de murciélago muerto.

Rincón blanco,
borde de ventana.

Rescoldo con contorno dormido,
apagado.

Sin ruido, ni comida alentada
por bichitos.

Ya no más. Murciélago.

Alas chatas,
envuelven
vergüenza de cuerpo.
Ajenidad
que da asco, no palpita.

Afuera, humedad.
Anuncia lluvia.
En suspiro
arroja aliento.

Intento de vuelo resucitador,
más digno de tu abandono,
que el destino de
inodoro del primer impulso.
Tu cadáver.

Pero te arrojo al aire.

Andá.

Intentá ser vuelo
que te reviva,
o,
dejate a la deriva.
Camino inmediato.

Pequeños ojos
negros.
Perlas negras apagadas;
vuelo solitario
en medio de miedos
y pavuras ajenas.

Tal vez se parezcan
sin ver,
al sonido de mis años
donde aprendo,
que pocas cosas
me sorprenden
tanto como la muerte,
al menos hoy,
con la evidencia
de
tu cadáver.

Apenas,
suficiente.


.

lunes, 5 de julio de 2010

Evidencia íntima.

Me toca, evidencia
del aprehender cosas.

Se adhiere, pegajosamente.

¿La certidumbre?
cobardía íntima.

Alucinación de corajes,
afirmados
en ira estúpida.

Sostener lo que,
podría ser comprendido.

Comprender.

Vuelve a insistir la certidumbre,
Apenas dibuja neblina,
grises sentidos.

Pero ver, pero sentir.

Alguien
seduce ingenuamente.

También:
llama,
canturrea,
succiona,
chupa,
respira,
resopla
y golpea;
juega,
fluctúa,
arrima,
roza
y goza.

Me encuentro.

miércoles, 23 de junio de 2010

Lo llano.


Lo llano como río
metálico, acaricia
a pesar de todo,
la nada.
                     

Cruza una calle.
Transforma
el paisaje en llanura.
La tierra.



Una rama caída
lastima,
apuntalando
la dirección correcta.
Ahora no se advierte,
lo llano del entendimiento.

jueves, 27 de mayo de 2010

En primer término,

Reverdecer en esperanza  sin dar oportunidad a la quimera,
Suspiro de la noche en parpadeo, en un casi insinuado guiño;
Todo escondido,
Solo para alentar una zambullida entre las estrellas,
Aun cuando sabes que jugueteas prometiendo una espera,
Cuando en realidad hace rato que estas abrazado
A la intención de un amor.

Tanto necesitas,
Que callas en espera
Reverdeciendo esperanzas.

¿Por qué no salimos a buscar esa voz para hacerla propia?



domingo, 9 de mayo de 2010

¿Dormir...?

Y tuve que decir que estaba intentando dormir.
Ya a la una de la mañana;
así,
la soledad nos hace hacer cosas
que deberíamos dejar para mejor oportunidad.
Estar menos vulnerable, desprotegido.
Insistencia.
Por más que mis dedos hurgan los sonidos de las cuerdas,
en búsqueda de melodías colgadas en el tiempo,
así,
para atrás,
mi extravío está más cerca al nacimiento que pretendo,
apisonando los agujeros en un resoplido de arpegios,
así,
apasionando hasta el hastío un infinito instante
que intuyo debería abrazar para revivirlo,
así,
para coserlo en la falda de una noche de febrero
donde sus ruidos, los ruidos,
solo sirvan al menos para perturbar e inquietar y,
así,
denunciar aquellas ausencias...
Escribir sin pensar,
dejando a las palabras fluir, sin asociaciones ciertas,
sin enlaces conscientes,
así,
buscando una armonía con la que construir una melodía,
sin quererlo, ambicionarlo. Apenas necesario.
En fin,
así,
la vida suena a música,
así,
como cascada interminable.

sábado, 8 de mayo de 2010

De lo imposible e inesperado.

“…pobre amigo mojado de imposible”.
Julio Cortázar
Papeles inesperados

Me toca la evidencia de que no he aprendido a conocer.
Adherido a la certidumbre de la cobardía,
he alucinado un coraje
que muchas veces se afirma en ira estúpida,
sosteniendo lo que de otra manera
menos histriónica,
sería apenas algo posible de ser comprendido.
Comprender.
El anclaje en la paranoia ineficaz,
que apenas sirve para obrar de neblina,
de pálido agrisado en los sentidos
mientras alguien,
en forma ingenuamente seductora,
se presenta, llamando la atención.
Canturrea y succiona.
Respira y golpea.
Juega. Acaricia.
Fluctúa, arrima y goza.
Es apenas un susurro de certidumbre.
Me alcanza, para despertar.

viernes, 30 de abril de 2010

Cinta verde.

Por momentos duele tanta ignorancia que campea entre nosotros. 


Si bien hay zonas donde se puede respirar, el ahogo adquiere una dimensión significativa que, en el peor de los casos, lleva al aislamiento.


Pero no es buena ni la soledad ni el debilitamiento de los puentes que socialmente nos comunican. 


Tampoco es bueno que dependamos de los puentes que los medios de comunicación actuales da como válidos. 


La sabiduría es una construcción social, no un soliloquio de un sector social "iluminado".


Por la plena vigencia de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual (Nueva Ley de Radiodifusión).
Nota: Luego de escribir esta adhesión, me entero que la Cámara Federal de Mendoza ha elevado a la Suprema Corte de la Nación la suspensión de la Ley de Medios que oportunamente efectuara. Espero que pueda la Justicia enmendar semejante atropello y nos devuelva la confianza necesaria para vivir en democracia, que no es lo mismo que en demos-gracias. 

sábado, 10 de abril de 2010

Ella.

(Un ejercicio para el Taller Literario de Adrián)
Turbada, no podía detener el tumulto de sensaciones que la aguijoneaban. La respiración acusaba un aliento húmedo con el olor de los  últimos momentos, mientras que a su alrededor todo viene transcurriendo como vertiente de una pesada ensoñación.

Buscaba con su andar alcanzar la calma, sosiego por esto tan distinto que le estaba sucediendo. Sucediendo de suceso, de pensarse. “De pensarte”, casi dice en un susurro.

Imposible. En su cabeza no dejan de alternar contenidos de ideas y sobre todo (reconocerá más tarde) sentimientos que no dan tregua. No se perdona  la osadía de ahora querer oscurecer la luz de una verdad en sí buscada, que a la larga se hace condena. Quiere escapar, pero no: se queda rígida. ¡No, no!, ahora no lo quiere… lo quiere.

Ella sabe de eso de ser mujer que por lo general no se impone por la palabra, por su postura corporal o por el color de sus ojos. Pero ahora se le ha venido escapando todo del control. Sentir.

En su cuerpo mediano, atravesado por eso que llaman vivir, quedó la marca del proceso por el que fue asimilando el convencimiento de que es en vano oponerse a lo que no le interesa. Una rigidez apacible, casi.

¡Cuántas cosas quedaron en el camino!, sobre todo personas, que no llegaron a ser queridos u odiados.

Siempre utilizó el método de la indiferencia. Ignoraba la cosa que no le interesaba, así como a ellos y a ellas también. Con eso terminaba clavándoles la daga del ninguneo, de la agonía.

Con esa actitud hacía que la circunstancia se desvaneciera. Un arma de defensa efectiva, que se transformaba en arma de ataque. Eran los demás quienes sentían que dependían de ella.

Ella está sola mientras camina.

Siguió andando por el pasillo. Sus pasos hasta ese momento supieron ser reconocidos como firmes, seguros. Nunca irrumpía taconeando ruidosamente. Su andar siempre ha sido previsible, con el dejo de siempre estar allí, donde uno menos la espera. Pero ahora había perdido el ritmo. Se dio cuenta al tropezar levemente con su duda.

Meter el dedo en la llaga era su acto, su función. Los demás dirían que “su” placer, para tomar distancia. Para ella, que supo de su cabello rubio creciendo despreocupadamente, de su piel blanca, solo para mirar y no tocar más que la duda de su disposición a que la toquen.

Era consciente que se estaba dando una transformación. Se convenció apenas dobló a la derecha para entrar al salón vacío, despojado de cosas, de sentido. Frío. Al encontrar una silla con una mesa contigua, se sentó y no hizo ningún movimiento hasta más luego.

Lo intentó en un momento, pero terminó quedándose quieta pues apenas lo intentó percibió que era inútil. No iba a poder salir de esa situación así nomás. Sin que le costara dolor.

Aturdida por el bullicio en su derredor, sintió que el borde de esa cosa asquerosa se le acercaba al labio inferior. Lo apretó con el superior, limitándose a respirar por la nariz, como cuando le subía la presión. Pero no era la presión, era el miedo. La invadía el miedo. Apretó más los labios y se quedó quieta. Se negó a cerrar los ojos

Le reconfortó la idea de que el olor y el dolor era pasable, soportable. No por suponer que hedor es siempre pestilente, ni porque toda herida alcance hasta el hueso. Ella sabía acerca de eso de tolerar los sinsabores.

Era apenas el jugo, áspero y grueso de la transpiración del desasosiego.

Era apenas el juego de las dagas, que con risa irónica forzaba los huesos y la carne, pero no quebraba ni rasgaba. Apenas marcaba presencia, pero se lo devolvía en forma de zarpazo, atenuado por palabras insinuadas, casi suspiradas al oído, desde atrás, a la par de manos que se posaban sobre sus hombros y hacían una leve presión.

Algo se removió dentro de ella. Intuyó que podría develarse del misterio que la sometía. No iba a ser un develamiento sorprendente, espectacular, único y escandaloso. Definitorio. Reconoció en esa intensión suya un recular cómodo, una ventajera cobardía. Se supo cobarde. Su mejilla izquierda dio un húmedo testimonio.

Ella está sola.

Los cabellos ahora se prestaban a la ceremonia. Sedoso,  oscuros. Largos hasta después de los hombros. Ellos querían aprender a desparramarse para seducir y entibiar sábanas de lecho de pasto. Y ella seguía perdiendo el control.

Ella está sola.

“Cabello para acariciar”, destinado a servir de escusa para una trama no virtual, definida por la mano que modela arcillas, experiencias. Esta vez se estremeció muy fuertemente.

Impactando en su alma, revivió el clímax de autosatisfacción que la embargó en aquellos orgasmos imaginarios y solitarios. Energía vital con la que pudo ascender de las cavernas alegóricas, dejándose trascender en la sombra que proyectaba y la hacía persona.

Había comenzado a sentir que sentía. Durante un momento no pudo ver su mano ni su brazo, pero sabía que estaban allí. Levantó su mano y lo confirmó con su vista, aun cuando miró que por falta de genuina luz no podía ser testigo del accidente cósmico de vectores radiados chocando dándole forma a la materia y el quantum… y que se había ido al carajo!  

Ella estaba sola y, en aleteo sin plumas, percibió que se daba lo que luego supo un encuentro.

Lo supo cálido. Se dio cuenta cuando pudo apartar el cabello que le ocultaba la cara. Estaba recobrando el aliento desatado por la caricia.

Ahora, ella no está sola.

lunes, 8 de marzo de 2010

Ellos creen...

Son tan brutos,
tan bestialmente humanos.

Matan y condenan a mil miserias,
a los nacidos y los por nacer.

Lo hacen hoy tanto y más que sus abuelos,
que hicieron de lo dictador su leche cotidiana.

Nutrir con tanta muerte, pretendida de olvido e impunidad,
hacer de la capacidad de indiferencia, tanta vida indigna.

Vida indigna: aquella que, vivida, no reclama las escupidas al cielo.

Eso, es lo único que dejan derramar sin hacerse cargo, apropiándose indebidamente del deseo,
desgarrando la carne y el alma con la necesidad esencial de la existencia.

Se apropian también del aliento, creyendo que con ello evitarán los suspiros.
Ellos creen, están convencidos.

Pero nosotros podemos no consumirnos, sino brindarnos en sentimiento
a construir todos los días un pequeño espacio de resistencia y fortaleza,
cooperativo, solidario. Que ellos no nos maten esa cualidad con el desgano.

miércoles, 27 de enero de 2010

eso eso

hacer,
para que no se repita.

Imperativo muy categórico:
"actúa, de tal modo que..."
no vuelva a ocurrir
tanto desamparo

ironía de las dictaduras

considerar los espacios de la tortura, como espacios propicios para la inteligencia de los dictadores

martes, 26 de enero de 2010

semilla

en lo cotidiano voy curándome,
aun cuando enferma la presencia del ángel.

( Nota, a pedido de Eli:
"la presencia del ángel": soberbia con la que hacemos culto de lo sublime, sin mirar y sin hacernos cargo de las miserias mezquinas que generan las actitudes, las acciones egoístas...)