martes, 5 de julio de 2011

Julián.

(dedicado a mi amigo Julián, por tanto)
Tu don
Se hizo historia contada
espesura de tus tiempos amarronados
senderos abiertos en abanicos
verdes,
salpicados de colores en enramada,
esperanza de fluir, la travesía
en cuenco a la deriva
de adecuado y cuidado itinerario.
Era de la edad de nacimientos.
Ante ti, abiertas estrellas surcantes,
viajeras, de velocidad indescifrable.
La de tus anhelos.
Tus brazos tocando el cielo
morar al fin en Ñendivei, nido de amor.
Otros anhelos se desvanecieron,
uno a uno, alimentando y alentando tu coraje,
a veces torpe,
para darte cuenta de todos.
“¡Es que son tantos!” Suspiras.
Abruma,
se despeja la bruma.
No te agotás de parir en sueños
No desde la rodilla, sino de tu pecho.
No desde la orilla, sino en travesías. Abriendo surcos.
Aprender el oficio
de acariciar la consistencia,
con tu remo de anhelos. Tu logro.
Apenas una meta más… ¡pero son tantas!
“¿A dónde vas?” Te dicen:
“Voy de encuentros”, suspiras.
“Voy de aciertos, y entre ello
encuentro puertas luminosas que me conducen a mi amor”.
“No es tarde, aunque
dos vidas debatan en mi”.
Ansiedad adolescente.
La dicha.
Atrapa. Corren años, que hacen cuerpo.
“Amigos: escuchen.
Allí mora el que siempre quiere regresar”.
Decís.
“Porque se ha ido a buscarme,
desde que aprendió el juego, de eso de irse”.
Y supo que morir es un oficio,
del que cuidan los duendes de la memoria viajera.
Ellos te abren los ojos ante la espesura del viaje.
Pero no cantan.
Cantar es el don reservado a los hombres
que aprenden a saber de nacimientos.
Voz que conduce la energía,
que sirve de guía al día
e ilumina la incertidumbre de la noche.
Resguardate del frío y ponete la bufanda.
Que hace frío. Pero no dejes de andar
aunque en ello te vaya la vida en cotidiano.
Dicen las voces dicen,
hasta se contradicen entre sí, de tan humanas
y pretenden juguetonamente confundirte.
Pero fuiste aprendiendo a escuchar
de las ramas de los árboles,
del murmullo del cauce del río,  
del mismo río distinto en cada travesía.
Aprendiste del amor.
De una cascada armonizadora,
del canto del pájaro de tantos,
el mismo trino en el alma en diurno,
alas haciendo voces.
Aprendiste a escuchar
de las cumbres que quizás
algunas nunca podrás alcanzar,
pero con verlas alcanza
para anidar la calidez de dar, de saber dar
y te acompañaron hasta hoy,
en el sonido de un nuevo nombre:
Julián,
que es lo que siempre fue
y te dieron, haciéndote…
en tu don.