domingo, 12 de septiembre de 2010

Luna.

Pasé y escupí un sentido arrebatadamente, con la intención de acariciar la luna en una contradicción. Tan cretina ella y tan capaz de suspirar, que trajo alivio a mi pecho tan agobiado él, sin habérmelo propuesto.

Reconozco que lo necesitaba; hasta la flor vertía colores y aromas que recogí mojándome los dedos.

Sugerí un nombre al oído, pero no quiso ser poseído ni llamado. Quería ser libre de mí. Sugirió a mi oído un halo de pertenencia confusa.

No me pertenecía, ni yo era suyo, al fin. Terminar. Impropia pretensión de reclamar un empezar, apenas con la blandura de un beso.

Suenan en este instante rocas que se frotan amorosamente, haciendo piel de la indiferencia. Planicie. Amanecer sintiendo que se ha quitado el cerrojo, la cerrazón de la razón. Mi corazón que se derrama en latidos, buscando la definición de un latido. Uno solo, partido por el golpe dormido del estío.

Blanco. Calor.

Braza. Abrazo.

Color. Cobijo.

Regocijo. Pienso en ti.


Sin dar un paso al costado, sigo avanzando la pena sin resignar el abrigo de una recova, anhelo encuentro. 


Al fin, frente a ti. Hacerte de luz que te guíe, aún en mi no saber.

Abro puertas atravesando la rígida inquietud que me confronta. Decirte la certeza de que la búsqueda de la perfección solo te daña. Dejar los estragos del miedo. Respirar.

Allí está la luna para que la veamos y nos encontremos en ese mirar. ¡Y me diste un beso!