La
situación lo encontró a Germán atravesando una mañana fresca, luego de una
noche confusa de desvelo. De tanto encuentro ambiguo y de despedida definitiva. Es lo que puedo recordar que me dijo hace tanto tiempo, y que no se por qué extraña razón vengo a evocar hoy. Se que escribió una carta con todo ese rollo, pues
Una
brisa que venía del río, le hizo sentir babeado el rostro mal afeitado. Los
cabellos revueltos, daban cuenta del prolongado
tiempo que llevaba sentado en ese banco del Parque Lezama. Con el cuerpo contracturado
por una espera infinita se dejó estar, intentando pensar luego del torbellino.
Miró
sus manos, extrañas de sí. ¿Serían capaz de escribir? Intentó garabatear unas palabras
con la birome en la libreta apoyada sobre su rodilla. Palabras… Se le ocurrió Una
carta, recordando a Jaques Prevert. ¡Palabras!
En el bar de la esquina de Brasil y Defensa, pudo desayunar un café con leche y
medialunas de grasa. Se resistía. Le costaba tragar. Quería sentir algo distinto.
Sufrir algún dolor físico, tal vez. Pero no en el alma ya. Ahí, dentro del pecho.
Las
emociones agobian. Ayer con Claudia se le escabulleron ridículas lágrimas. No
las pudo contener. Se escaparon regando el pedregullo. Aquellas que se le quedaron
adentro, atragantadas y entreveradas con las palabras que no dijo, eran las que como espinas lo
pinchaban. Lo que calló. Lo que hizo más humillante lo ridículo. Quería
escribirlo escribéndose.
Corre la taza donde tomó el café con leche, con miguitas de medialuna
que quedaron al mojarla. No querer olvidar el “... ya no te quiero más”, anotó que le
dijo Claudia. Y era simple.
Leía
cada letra de la oración. Una a una. Se daba cuenta ahora, cuando había quedado
solo luego que ella se fuera a las 3 de la madrugada. Se llevó todo. Y comenzó
a sentir que se escribía a sí mismo.
El amor
que dijimos haber sentido,
el que
simplemente se escurre ahora de entre los dedos y se va desdibujando.
Quedan
testimonios en apenas jeroglíficos,
que ni siquiera se
pueden ahora descifrar. Escribo
Sentir que
lo que se siente se agiganta en uno,
silbando
una canción inventada que rescata del desamor.
Las piernas tiemblan.
A veces la letra se pierde en la carne y deja una marca azul. Insistentemente.
Tortura
personal del des-amor que hace preguntarse y preguntar:
¿dejará de
existir lo que se siente del mismo modo que ya no está lo amado como
sentimiento diluido en un presente en el que ella ya no está,
aunque
tenga un pálido remedo de su aroma entre mis dedos y su sabor en mis labios?
Así,
de un saque. De un tirón. Recobrar el aliento y dejar que te arrastre la letra,
la palabra.
Se diluye
en las manos como agua incontenible
y los
hilos oscuros cobran la forma de pasión. Queda allí escondida.
La
fortaleza une las letras. Forman palabras.
Con una
melodía silbada inventan la canción del des-amor, en la monotonía estúpida que
se debate entre el ser y el no-ser,
enigma de la pálida
anemia del desafecto, de la indiferencia.
Deja
de escribir y se entrega a una caminata por las calles.
Siente
como nunca que las calles de Buenos Aires son solitarias los domingos. De sueños trasnochados y casi borrachos de
anhelos. Construcción de realidades posibles que terminan muchas veces en un
viejo bar y en el dibujo en soledad de un sol entre cenizas.
En
Buenos Aires se incineraba la basura. Como los sueños de las gentes.
La
imagen de la alegría en una primavera anhelada como la mejor, donde besar a
Claudia hacía despertar los mejores poemas de amor para gozar de los labios en
beso. Los primeros besos. El primer amor. Los primeros amores. Volver a
escribir.
Recordar
de forma flexible y mágica, de cómo el gorrión arrebató juguetonamente la
hilacha de un costado de su alma, luego de ganarles la guerra a las mugrientas palomas.
Seguir
dibujando derroteros de palabras, guiado por lo que se iba encontrado, dando
cuenta con filigranas primorosas y prolíficas de letras, para volver con la
mirada perdida de nuevo al Parque Lezama, donde el verde y el marrón viene
reventando en gamas posibles de ser en la mañana.
Escribir
al fin en el fin:
“… y te estás
yendo amor.
Queda poco
lugar donde poder dibujarte, hacerte desnuda.
Me suena
indecente hoy.
Me consuelo con que
soy el único que te ve y me voy en tanto amor.
Van
diluyéndose mis pies que también te amaron y que siguen negándose a llevarme de
aquí.
Están
cansados.
Ya no te
quieren ni encontrar.
Retener el
aire en los pulmones es casi metafísico.
Se
condensan y contienen las humedades en una pretendida tristeza que se disuelve.
Ya están hartos del des-amor.
Se van
diluyendo también estas viejas y lacerantes ansias,
en un
surco negro de palabras,
letras que en
arabesco pretenden lograr un sentido y me dibujan.
La garganta ahoga
sonidos, sin fuerzas solo apenas para ternura. Rescatar en caricias todo esto y
antes del punto final, dejar todo en carta de amor. Decir adiós, hasta siempre.
Beso. Punto final. Soy tu palabra al fin”.
Prolijamente
doblada y guardada, como al descuido, quedó en un libro de la biblioteca pública
elegido al azar, con el pretexto de que también fuera olvidada.
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